lunes, 31 de agosto de 2009

La injusta fama del ácido láctico.

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La explicación más común sobre los dolores que aparecen durante un esfuerzo intenso de breve duración o al día siguiente de haber hecho un esfuerzo intenso de larga duración apuntaban siempre al ácido láctico como responsable. Pero no lo es.

Durante la mayor parte de todo un siglo, tanto los atletas como los fisiólogos del ejercicio han considerado al ácido láctico como la causa principal de la fatiga muscular durante el ejercicio de alta intensidad, y lo han tachado de producto de desecho del metabolismo muscular. Pero ahora este modo de pensar ha quedado en entredicho, ya que los científicos han descubierto que esta sustancia que producimos en grandes cantidades no es la causante de la fatiga y de hecho ayuda a evitarla.



El inicio de este error parte de los experimentos del fisiólogo y premio Nobel británico Archibald V. Hill, que en 1929 estudió en su laboratorio el proceso de contracción hasta el agotamiento en los músculos de una rana y observó que se acumulaba ácido láctico cuando se producía el fallo muscular.

De este modo, Hill llegó a la conclusión de que el ácido láctico provocaba la fatiga vinculada a las repetidas contracciones musculares. Lo que él no sabía, y sólo recientemente hemos comprendido, es que cuando el músculo forma parte de un sistema biológico completo, en lugar de ser objeto de examen de manera aislada del resto del organismo, el ácido láctico sufre un procesamiento posterior y se convierte en fuente de energía que permite la continuación del esfuerzo. Es decir, no es la causa de la fatiga.

Ni tampoco es el ácido láctico lo que ocasiona los dolores musculares al día siguiente de la realización de un gran esfuerzo muscular. Este mito ha pervivido durante décadas y no acaba de esfumarse, a pesar de que desde hace más de veinte años existen pruebas de que esto no es así. Dicho dolor es más bien el resultado del daño producido a las células musculares como consecuencia del exceso de trabajo.



Así pues, si el ácido láctico no es culpable de los delitos que hasta ahora le habíamos atribuido, ¿qué produce la fatiga y la sensación de dolor o quemazón de los músculos durante los esfuerzos cortos e intentos, como sucede en los intervalos o en pruebas de pocos minutos de duración?

Para comprender la respuesta, es necesario considerar la escala del pH, que nos indica el grado de acidez o basicidad (alcalinidad) de los fluidos orgánicos en un rango de 1 a 14, a medida que los iones de hidrógeno aumentan o disminuyen.

En esta escala, las lecturas de pH inferiores al valor neutral de 7 indican una acidez cada vez mayor, en tanto los valores superiores a 7 indican una creciente alcalinidad. Así, algunos ejemplos de fluidos ácidos son el ácido clorhídrico (pH=1) o el vinagre (pH=3), en tanto la leche de magnesia (pH=10.5) y el amoníaco (pH=11.7) son sustancias alcalinas.



Durante el reposo, el pH de la sangre es aproximadamente 7.4, es decir, ligeramente alcalino. Cualquier cambio —por pequeño que sea en términos absolutos— en el equilibrio ácido-base de la sangre, tiene consecuencias muy importantes. Por ejemplo, durante un esfuerzo máximo de dos o tres minutos de duración, el pH de la sangre puede descender incluso a 6.4. En términos bioquímicos esto representa una oscilación de enorme magnitud, que provocará una sensación de ardor intenso en los músculos que trabajan y al mismo tiempo su incapacidad para continuar contrayéndose. Es decir, se ha instaurado la fatiga.

Si este descenso del pH no lo ha causado el ácido láctico, ¿qué lo ha causado? La respuesta está relacionada con las fuentes de energía utilizada durante unos breves periodos de esfuerzo, que son la glucosa y el glucógeno. Estas dos sustancias son carbohidratos, pero tienen una composición química ligeramente diferente. El glucógeno se acumula en el interior del músculo, donde su molécula puede ser escindida rápidamente para producir energía. Por su parte la glucosa, que se acumula en el hígado y también está presente en el torrente sanguíneo, es reclutada para la producción de energía para el ejercicio cuando las reservas de glucógeno no consiguen satisfacer las demandas o están agotándose.



Cuando la molécula de glucógeno se metaboliza para producir energía, libera un ión hidrógeno. Pero si es la glucosa la que se emplea con fines energéticos, como sucede cuando la intensidad del ejercicio supera las posibilidades del uso del glucógeno, entonces se liberan dos iones hidrógeno. De este modo, la concentración de iones hidrógeno se duplica rápidamente, haciendo descender el pH de la sangre y provocando el dolor y la fatiga asociado a la acidosis.

Por su parte, la cantidad de ácido láctico que se produce es la misma, independientemente de la fuente energética utilizada para la realización del trabajo. Lejos de ser una sustancia malévola, el ácido láctico es un aliado durante la realización de ejercicio físico intenso. Ayuda en gran medida a mantener la actividad a medida que el esfuerzo se va volviendo cada vez más duro.

Cuando los iones hidrógeno comienzan a acumularse, el lactato, además de transformarse en una fuente de energía, transporta dichos iones al exterior de las células musculares que están trabajando y ayuda a mitigar o amortiguar sus consecuencias negativas.

Después de casi 80 años, la mala reputación del ácido láctico ha quedado, por fin, favorablemente saldada.



Reproducido con permiso de Ediciones Desnivel de: Loren Cordain y Joe Friel. Paleodieta para deportistas. Una fórmula nutricional para el deporte de alto rendimiento. Ediciones Desnivel, Madrid. 2007. 296 páginas. ISBN: 978-84-9829-094-3. Páginas 52-53
 

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